lunes, 13 de septiembre de 2010

Ingenio y coraje de los peruanos hizo posible el hundimiento de la Covadonga frente a Chancay


Merced a una trampa caza- bobos preparada por el valeroso ingeniero José Manuel Cuadros


Redactor: Francisco Chirinos Soto(*)
El 13 de setiembre de 1880, hace 130 años, la cañonera chilena La Covadonga resultó hundida a unos centenares de metros de la costa de Chancay, como consecuencia de una violenta explosión cuidadosamente preparada por un grupo de oficiales y técnicos peruanos. Culminó de esa manera la agitada existencia de una embarcación originalmente española, que había llegado a aguas peruanas formando parte de la aparente expedición científica con que el gobierno español de entonces pretendió disimular una absurda tentativa de recuperar su vigencia de dominio colonial sobre estas ya independizadas repúblicas sudamericanas.

La Virgen de Covadonga -tal fue su denominación original- salió del astillero Arsenal de la Carraca, en Cádiz, para la Armada Española. Se trató de una goleta con 630 toneladas de desplazamiento y una eslora de 48.5 metros, con propulsión a vela y a vapor y fue botada en 1859. Incorporada a la escuadra española que llegó al Callao el 10 de julio de 1863, esta nave no se apartaría de aguas sudamericanas, en las que permanece sepultada.
Entre diversas actividades durante los días previos al conflicto con España, la Covadonga cumplió con la ingrata tarea de conducir desde Panamá hasta el Perú a ese siniestro personaje llamado Eusebio Salazar y Mazarredo, quien pretendió ser recibido por nuestro gobierno con el título de “comisario regio” del gobierno peninsular, pretensión rechazada por el Presidente Juan Antonio Pezet.
Varias otras correrías realizó la pequeña embarcación en esos meses previos a la iniciación del conflicto, que tuvo su punto de partida en la invasión de las Islas Chincha por parte de la escuadra española. En circunstancias tan delicadas, el débil y vacilante gobierno del General Juan Antonio Pezet llevó adelante las negociaciones que generaron el Tratado de 28 de enero de 1865, suscrito por el General Manuel Ignacio de Vivanco, por parte del Perú, y el Almirante José Manuel Pareja, del lado español.
Este tratado provocó una reacción nacional que terminó con el régimen de Pezet y dio paso a la dictadura del General Mariano Ignacio Prado, quien convocó al célebre Gabinete de la Victoria, con el cual desarrolló las heroicas acciones que culminaron en el Combate del 2 de Mayo de 1866. La Covadonga, ya con bandera chilena, había participado dos meses antes en el combate naval de Abtao, en que una flota combinada peruano-chilena venció a dos poderosas naves españolas, bajo el liderazgo del peruano Manuel Villar.

Captura de La Covadonga
Estamos hablando de La Covadonga ya con bandera chilena. Algo había ocurrido para que dejara la nave de pertenecer a la orgullosa escuadra española. Algo muy grave, en verdad. La Covadonga se encontraba en aguas chilenas, en viaje entre Coquimbo y Valparaíso, cuando fue acechada, según el relato de Basadre, por la goleta chilena Esmeralda, que tenía al mando al Capitán de Corbeta Juan Williams Rebolledo, más tarde Comandante General de la Marina chilena.
La Esmeralda dominó a la Covadonga y el comandante de esta última ordenó abrir válvulas para hundir la embarcación, pero fue abordada por los chilenos que evitaron la maniobra cuando ya el agua empezaba a inundar la bodega. La Covadonga fue incorporada a la Armada chilena y un decreto especial dispuso que mantuviera su nombre original. Fue así que, pocas semanas después formó parte, precisamente, de la armada combinada del Perú y Chile que actuó brillantemente en el Combate de Abtao.
La captura de La Covadonga por los chilenos fue informada al Almirante Pareja, que se hallaba en el buque insignia la Villa de Madrid. Fue el Cónsul de Estados Unidos, de apellido Nicholson, quien le confirmó el revés sufrido por la escuadra española. Pareja –seguimos con Basadre- estuvo paseando y fumando en la cubierta de su nave, mostrando aparente tranquilidad después de la entrevista con el cónsul norteamericano.
Pero, a los pocos minutos, bajó a su cámara, e instantes después se oyó una detonación: el Almirante se había suicidado. Severísimo castigo, en defensa de su honor, que se impuso a sí mismo, por un hecho en el cual no tuvo la más mínima responsabilidad. A su secretario y sobrino político le había dejado un mensaje en un papel: “Te estoy agradecido. Que no me sepulten en aguas chilenas. Que todos se conduzcan con honor”. La Villa de Madrid se internó en alta mar y allí, en dramático acto, el cadáver del Almirante Pareja fue arrojado al océano.

Guerra con Chile.
La Covadonga, terminado el conflicto con España, se fue a Chile. Volvió a nuestras aguas con motivo de la Guerra del Pacífico, formando parte de la escuadra chilena. El 15 de mayo de 1879, el comodoro Juan Williams Rebolledo, según relato consignado en Historia de la Marina del Perú, de Rosendo Melo, que era ya el virtual comandante general de la armada chilena, encargó a La Esmeralda y La Covadonga el bloqueo del puerto peruano de Iquique, en el cual se libraría histórico combate ocho días después. Con la misión de liberar a nuestro puerto de ese bloqueo, llegaron a Iquique las dos unidades más importantes –acaso las únicas de alguna significación- que eran la Independencia y el Huáscar, comandadas por Luis More y Miguel Grau, respectivamente.
Conocemos el desenlace agridulce del Combate de Iquique. El Huáscar dio fácil cuenta de La Esmeralda, siendo notoria su superioridad como nave de acero frente a una goleta de madera. Sin embargo, los chilenos, con el comandante Arturo Prat a la cabeza, se defendieron con bravura frente al ataque final que consistió en una embestida con el espolón del Huáscar, que partió en dos a La Esmeralda y la echó a pique. Prat murió en ese choque o en un audaz intento de abordar el Huáscar. Hay versiones contradictorias al respecto. En todo caso, su cadáver fue recogido y sus prendas personales enviadas por Grau a la viuda, en una noble carta, que la destinataria respondió en términos de honda gratitud.
Nuestra otra unidad naval, la más poderosa, La Independencia, corrió triste suerte, precisamente en su intento de dar caza a La Covadonga que, por su menor calado, navegó por zonas peligrosas en las que La Independencia encalló. La Covadonga, observando el percance, dio vuelta y su tripulación se dedicó al innoble ejercicio de ametrallar a los náufragos que escapaban de la siniestrada unidad peruana. La llegada de Grau con el Huáscar obligó a La Covadonga a tomar nuevamente la ruta de la fuga.
La Covadonga estuvo presente, algunos meses después, en el Combate de Angamos, formando parte de la escuadra chilena que acorraló y capturó al Huáscar y dio gloriosa muerte a su comandante Miguel Grau. En esta acción guerrera, los grandes protagonistas, por el lado chileno, fueron los acorazados Blanco Encalada y Lord Cochrane, poderosas unidades que desplazaban más de tres mil toneladas cada una, frente a las cien toneladas del Huáscar y con un armamento de incuestionable superioridad. Fue una confrontación desigual con ribetes epopéyicos, equiparable al sacrifico de Leonidas en las Termópilas. La Covadonga, como las demás unidades de la escuadra, participaron como simples testigos de la tragedia.

Bloqueo del Callao
Junto con el Loa, vino La Covadonga a mediados de 1880 a cumplir actividades de apoyo a las fuerzas terrestres, que preparaban la invasión. El mar, con el desastre de Angamos, había quedado virtualmente a merced de la armada chilena. Fue entonces que la combinación del ingenio y el coraje de los peruanos hizo posible que se asestara dos golpes a las fuerzas armadas chilenas, que si bien no tuvieron gran trascendencia para el desarrollo de la contienda, significaron la presencia de un espíritu nacional indomable.
El Loa, transporte artillado, fue volado en El Callao, merced a un poderoso artefacto explosivo cuidadosamente preparado por el ingeniero José Manuel Cuadros, valeroso técnico y militar que había participado a los dieciocho años en el Combate del 2 de Mayo. Dos meses después, el propio Cuadros fue el autor del explosivo que hundió a La Covadonga frente a Chancay. Después fue diligente alcalde de Chorrillos y ministro de Piérola durante el gobierno constitucional del Califa.

La Explosión de Chancay
La Covadonga fue enviada a Chancay, con la misión de cañonear un puente ferroviario. Al atardecer del 13 de setiembre de 1880, agotada su actividad hostil, la tripulación observó entre los botes de la bahía uno especialmente arreglado y pintado, que llamaba la atención. Y, pese a la advertencia del comandante general de la armada chilena, Galvarino Riveros, en el sentido de que no se acercaran a ninguna unidad extraña o sospechosa, el propio comandante de La Covadonga dirigió la operación destinada a elevar el bote hacia la cubierta de la nave.
Todo ello estaba, precisamente, calculado por la hábil mente de José Manuel Cuadros. “Al tensar el aparejo –dice el relato técnico- se haló la revisa, estalló el fulminante y en seguida la dinamita, cuidadosamente disimulada bajo la sobrequilla”. El comandante de La Covadonga, Capitán de Corbeta Pablo de Ferrari y varias decenas de tripulantes, murieron en ese mismo momento. Otros tantos cayeron al agua y fueron auxiliados por los pobladores de Chancay a quienes horas antes habían estado bombardeando. Otros, por último, subidos a una lancha, se dirigieron hacia Ancón y fueron recogidos por una nave chilena.
La Covadonga, en pocos minutos, se fue al fondo del mar. Pero, según parece, sus restos se hallan muy cerca de la superficie. Me cuentan que hace poco alguien extrajo el timón de la nave, el mismo que se luce en la casa de algún personaje limeño.

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