domingo, 14 de noviembre de 2010

Papel de Bartolomé Herrera en el tratado de límites que marcó el retorno de Maynas al territorio peruano

Importancia histórica de los primeros acuerdos limítrofes entre Perú y el Imperio de Brasil
JUAN CARLOS HERRERA TELLO
El primer tratado de límites de nuestro país se fijó durante el gobierno de José Rufino Echenique en 1851, entre el Perú, representado por Bartolomé Herrera, y el entonces Imperio de Brasil, representado por Duarte Daponte Ribeiro.

La verdad es que se conoce poco o nada desde el punto de vista peruano sobre este acuerdo medular en la historia de nuestros límites, los textos sobre historia de nuestras fronteras más importantes no detallan mucho esta parte que aparece no muy clara y el acceso al archivo de límites es exclusivo para unos pocos que pueden contar con certificaciones de investigadores. No obstante los inconvenientes en torno a la negociación de 1851, hemos logrado armar una serie de datos indispensables y con inequívoco valor probatorio, que permitirá conocer una serie de detalles poco conocidos de esta negociación con el Imperio de Brasil.
Nuestra base jurídica en torno a las fronteras del Perú con Brasil debería sustentarse en los tratados de límites que tuvieron España y Portugal en nuestro continente. De tal modo que el primer tratado de límites entre aquellas dos potencias se inicia con el Tratado de Tordesillas el 7 de junio de 1494. Una vez posesionado Portugal del territorio que el tratado le otorgaba, éste inició su expansionismo hacia el oeste de sus posesiones, mientras España se daba el hartazgo con los grandes emporios mineros y las civilizaciones conquistadas en la costa y sierra del continente del lado del océano Pacífico, manteniendo las enormes selvas amazónicas como las “provincias no descubiertas”.

La expansión portuguesa preocupó a España, de allí la necesidad de negociar un nuevo tratado para delimitar sus posesiones, fijándose el Tratado de San Ildefonso del 1º de octubre de 1777. Firmado y ratificado el Tratado de San Ildefonso, se procedió a realizar la difícil tarea de la demarcación, correspondió al representante de Portugal, Joao Pereira Caldas, y el de España, Ramón García de León Pizarro, quien fuera reemplazado por un personaje muy conocido, Don Francisco de Requena Herrera. Tabatinga El primer tropiezo que tuvo Requena fue el de incorporar Tabatinga al territorio español, los portugueses se negaron a la entrega si es que España no restituía los fuertes de San Carlos y San Felipe en el río Negro, justamente esa sección de la frontera del Tratado de San Ildefonso quedó sin demarcar por el inconveniente de Tabatinga, que era una avanzada portuguesa desde 1767, al ser expulsadas las misiones jesuitas. El importante trabajo realizado por el historiador Fernando Rosas Moscoso (“El Perú y el Brasil en la Época de la Dominación Ibérica”) da cuenta de las relaciones internacionales de las colonias hispanas y lusitanas y nos dice sobre la obra de Requena: “Los esfuerzos del delimitador español Francisco de Requena permitieron que el Perú actual tuviera el territorio amazónico que actualmente tiene… Los informes de Requena al Consejo de Indias fueron decisivos para la consolidación del dominio español en la Amazonía y especialmente el retorno al virreinato del Perú de la región de Maynas, a través de la Real Cédula de 1802”. En el Tomo II de la Colección de los Tratados del Perú de Ricardo Aranda se aprecia por completo el Tratado de San Ildefonso y su denominación es el de un “Tratado preliminar de límites” y en su preámbulo se establece que “España y Portugal… han resuelto, convenido y ajustado el presente tratado preliminar que servirá de base y fundamento al definitivo de límites, que se ha de extender a su tiempo con la individualidad, exactitud y noticias necesarias”. Con esto queda claro que este acuerdo no era un tratado definitivo y que a futuro se iba a realizar otro con mejores datos para ajustarlo. Posteriormente, España y Portugal acordaron el Tratado de Badajoz en 1801, poniendo fin a la llamada Guerra de las Naranjas, y su artículo IX establecía: “Su Majestad Católica se obliga a garantizar a su alteza real el Príncipe Regente de Portugal la conservación íntegra de sus estados y dominios sin la menor excepción o reserva”, con lo cual se entendía que todo aquello obtenido por Portugal se asumía como portugués. Es así que el Perú encuentra al entonces Imperio de Brasil al momento de su independencia, en 1821, con una extensa frontera amazónica sin una delimitación concisa. Recién en el primer gobierno de Ramón Castilla se levanta el primer mapa político del Perú y allí se puede observar un Perú muy parecido al actual. Así cuando se llega a la sucesión del mando presidencial de Castilla a Echenique, este último encuentra un país con rumbo y orden, por eso se prosigue una negociación que quedó trunca con Brasil iniciada en 1841 en el gobierno de Agustín Gamarra, que a su muerte no se culminó con la ratificación. Llegamos así a 1851, cuando se firma la Convención sobre Comercio y Navegación Fluvial, que ha sido fuertemente criticada, Juan Angulo Puente Arnao en su “Historia de los Límites del Perú” asegura que “el talento, ilustración y gran preparación del ilustrísimo monseñor doctor don Bartolomé Herrera hacen difícil que se le juzgue, pero en este caso es nuestra opinión cometió grave error al suscribir este tratado” y añade que “el Tratado de San Ildefonso de 1777 constituía nuestro título más perfecto de dominio”. Raúl Porras Barrenechea, en “Historia de los Límites del Perú”, nos dice que “la Convención Fluvial de 1851… es uno de los actos internacionales más discutidos de nuestra historia diplomática”. Critica tres aspectos del tratado: “Haber incluido una cuestión de límites de suma importancia en un convenio fluvial; la admisión del principio del Uti Possietis sin fecha; y no haber hecho la delimitación completa de la frontera”. Y Víctor Andrés Belaúnde, citado por Porras, sostiene que “de acuerdo con los límites teóricos del Tratado de San Ildefonso, la Convención suscrita por Herrera en el 51 fue un desastre diplomático”.

Triángulo del Yapurá Jorge Guillermo Leguía, quien en “Bartolomé Herrera escritos y discursos” escribe: “Ratificadas las cosas, no hay porque seguir impugnando un tratado que no se conoce ni las circunstancias en que se pactó”. Y añade después: “Dejó sólidamente establecida la amistad de ambos estados que no hubiera sido turbada si el gobierno de 1867 no hubiera de modo indiscreto e inconducentemente protestado de la guerra con Paraguay”. Rubén Vargas Ugarte, en el Tomo IX de su “Historia General del Perú”, nos dice que “se obtuvo el derecho de libre navegación que nos favorecía”. Mientras que Gustavo Pons Muzzo, en “Las fronteras del Perú”, escribe con ponderación: “El Perú reconoció a Brasil los territorios del triángulo formado por el Yapurá y el Amazonas y la recta Apaporis–Tabatinga, pero que en realidad no eran territorios colonizados por el Perú”. El Perú no cedió ningún territorio a Brasil, porque como ya habíamos manifestado, Tabatinga era portuguesa primero y brasileña después, aquel lugar estaba ocupado por los portugueses, ni España había llegado a esas alejadas comarcas. De fijarse el Uti Possidetis de 1810, Tabatinga hubiese quedado en poder del Imperio de Brasil. Además, los demarcadores del Tratado de San Ildefonso no delimitaron esa sección de la frontera, esta negativa obedece a que los portugueses se negaron a entregar Tabatinga que, de acuerdo con el tratado, debería pertenecer a España, pero como el Tratado de San Ildefonso era preliminar para ajustar uno definitivo, la frontera quedó sin demarcar en ese sector. La importancia de la Convención de 1851 es que Brasil reconoce al Perú territorios al oeste de la línea Apaporis–Tabatinga y al sur de Tabatinga la demarcación ya realizada del Tratado de San Ildefonso que corre por el río Yavarí, dando inicio así a la consolidación de una parte de nuestra amazonia, y especialmente bajo el conocimiento de la Real Cédula de 1802, como lo afirma la “Memoria ofrecida a la consideración de los honorables senadores y diputados al Congreso de Venezuela en 1860”, en las siguientes palabras: “El virrey de Nueva Granada cumplió terminantemente la Real Cèdula de 1802”, con lo cual se agregó Maynas al Perú y se agrega más adelante: “Con estas noticias ya no parecerá extraño que Brasil y Perú hayan convenido en la línea de Tabatinga a la boca de Apaporis”. José Antonio Uribe, en “Colombia y el Perú”, y Demetrio Salamanca, en “La amazonia colombiana”, dan cuenta de las protestas de su país contra el tratado firmado entre el Perú y Brasil, aduciendo que lo hacían sobre territorios colombianos. De igual modo, el representante diplomático de Colombia acreditado en Chile, don Pedro Moncayo, publica un folleto (“Colombia i el Brasil, Colombia y el Perú”) donde niega la territorialidad amazónica del Perú y llega hasta desnaturalizar la Real Cédula de 1802 que incorpora Maynas al Perú. Uno de los estudiosos más importantes de las cuestiones de límites sudamericanas es el Dr. Vicente G. Quesada y en su obra fundamental “La política imperialista de Brasil” escribe respecto de la Convención Herrera–Daponte Ribeyro: “¿Cedió con esto el Perú algún terreno? Nosotros creemos, por el contrario, que si alguno de los contratantes parece en el ajuste menos favorecido, no es ciertamente el Perú”. El Dr. Quesada, citando los estudios del barón Von Humboldt, dice que “la frontera brasileña en 1802 se extendía por el Yavarí, cubría Tabatinga y seguía a buscar muy al oeste el Salto Grande del río Caquetá, esto es más al oeste de la línea fijada en 1851”. Con ello nos afirma que Brasil tuvo que retroceder sus posesiones después del Tratado de 1851.

Fraude diplomático Al haberse desvirtuado los principales ataques a la Convención de 1851 solo falta una interrogante, ¿por qué no se delimitó la frontera con Brasil en su totalidad? Y la respuesta nos la da el texto del Dr. Quesada, que nos dice citando al demarcador brasileño José da Costa Acevedo: “En este caso la exploración habría sido innecesaria, (sobre las fuentes del Yavarí) pues entonces no se había arreglado la cuestión de la frontera entre Bolivia y el Perú por Chiquitos y Moxos”. Algo que puede ayudar a un mayor conocimiento sobre la negociación de la Convención Fluvial de 1851 nos la da Luis Claudio Villafañe Santos en “El Imperio del Brasil y las repúblicas del Pacífico” y transcribe un interesante párrafo de la actitud de los negociadores peruanos: “Ponte Ribeiro relató que la mayor dificultad fue la adopción del principio del uti possidetis en la definición de los límites. Pues el negociador peruano insistía en hacer referencia al Tratado de 1777 (Archivo Histórico de Ytamarati, Oficio reservado Nº 4, Lima 26/10/1851). La Convención de 1851 no obstante significar un rotundo triunfo diplomático, gestó a posteriori las reclamaciones ecuatorianas y colombianas, especialmente dio inicio al más grande fraude diplomático en nuestro continente, el denominado Protocolo Pedemonte Mosquera. Es justamente el colombiano Demetrio Salamanca quien transcribe la carta de Tomás Cipriano Mosquera dirigida al secretario de Relaciones Exteriores de su país, fechada en New York, el 30 de mayo de 1853, donde explica con increíble mitomanía que “como ministro había allanado todas las dificultades con el gobierno del Perú en cuanto a los límites naturales del Marañón”. Bartolomé Herrera defendió los derechos peruanos que se pudieron ejercer en virtud del Tratado de San Ildefonso, se reconoció internacionalmente la ejecución de la Real Cédula de 1802, no obstante ser Brasil el único con derecho de navegación por el Amazonas, se logró la libre navegación para el Perú y citando nuevamente la Memoria de 1860, publicada en Venezuela, dice: “Hasta ahora el Perú es la única República que por su Tratado de 1851 con Brasil, ajustando la cuestión de límites, se ha aceptado la navegación por el Amazonas y sus afluentes brasileños”. Y añade: “De aquí ha derivado el Perú una grandísima ventaja… se ha establecido un comercio activo y extenso que ha levantado esa República a un grado de progreso de que mucho distan sus hermanas”. El Perú resultó así con un rotundo éxito internacional y logró detener a Brasil en su constante avance contra nuestra selva. Si hay algo que ha perturbado nuestra posición internacional es la constante en que el Perú fue un país enorme, con un territorio que duplica al actual. Aparecen mapas con las proyecciones maximalistas, sea del Tratado de San Ildefonso, e inclusive aquellas que superaban nuestras pretensiones territoriales, desinformando al lector y creando un halo de vergüenza en nuestros tratados limítrofes y en aquellos gobiernos que los negociaron. Nuestros insignes tratadistas no tuvieron a mano posiblemente las fuentes que he logrado reunir y establecieron opiniones con lo que se tenía a mano, considerando que el grueso de nuestro archivo diplomático fue saqueado en la ocupación de Lima cuando fuera invadida en 1881. Bartolomé Herrera, el insigne pensador peruano, actuó a cabalidad, continuó la obra de Francisco de Requena Herrera y legó a su país los territorios que comprendían la Real Cédula de 1802. Más aún su obra, esto es el Tratado de 1851, se mantiene vigente, porque aquella línea Apaporis–Tabatinga sigue siendo el límite entre Colombia y Brasil.

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